ERIC DYSON,MICHAEL
De los siete pecados capitales, la soberbia, entendida como un orgullo excesivo, es el único que podría tener algo de virtud. Sin duda es positivo enorgullecerse de la propia nación, de la propia comunidad o de uno mismo. Pero cuando se va demasiado lejos, como demuestra Michael Eric Dyson en este libro, esas virtudes pasan a ser pecados capitales.
Dyson, a quien la revista Ebony ha considerado uno de los cien afroamericanos más influyentes, contempla las múltiples dimensiones de la soberbia y el orgullo. Abarcando referencias que van desde san Agustín y Tomás de Aquino hasta Martin Luther King, Dyson ofrece una mirada amplia en torno a este «vicio virtuoso», sondea las raíces filosóficas y teológicas de la soberbia, examina sus transformaciones en el seno de la cultura occidental, e incluso debate el modo en que el orgullo negro impide la degradación y previene la exclusión por parte de los blancos, que puede ser invisible o implícita, pero no por ello menos poderosa. Dyson propone una conmovedora visión de los maestros y los libros que dieron forma a su vocación y contempla los aspectos más problemáticos del orgullo nacional. Desde el 11-S, señala, los estadounidenses se han visto obligados a cerrar filas, pero esa colectividad excluyente ha ocupado el espacio de una versión más rica y más profunda del amor a la patria. Este poder sin barreras reafirma la supremacía de Norteamérica por encima de todo lo demás, elevando las creencias nacionales por encima de cualquier moral y atacando a los críticos de la política exterior de Estados Unidos, tachándolos de antipatriotas e incluso de traidores.
La temeridad, la arrogancia o la presuposición incuestionable de que la propia forma de vida define cómo han de vivir todos los demás --en resumidas cuentas, la soberbia-- tienen múltiples manifestaciones sumamente destructivas. Y Michael Eric Dyson, uno de los intelectuales con más proyección pública de Estados Unidos, las describe con tanto detalle que su retrato de esta emoción tan poliédrica, que lo mismo puede ser virtud indispensable que pecado capital, se convierte automáticamente en un clásico de nuestros días.
