ASENCIO, JULIO
UN RÍO FUGITIVO, Julio Asencio.
Descubrir, adentrarse y navegar por las simbólicas aguas de este ´río fugitivoö es una experiencia que debemos agradecer, antes que nada, a la inquebrantable vocación creadora de su autor.
Conozco a Julio Asencio desde hace ya algún tiempo, y por eso creo poder decir con conocimiento de causa que si algo lo distingue como poeta viene dado precisamente por su amor a la poesía. Ese amor constituye de algún modo el eje de su poética, o por lo menos el motor que la impulsa, y podría explicar también un cierto desapego por los cantos de sirena de la ´vida literariaö. A Julio hay que escucharlo cuando se le suelta un poco la lengua, al calor de un café y una copa de brandy. Entonces, sí. Entonces habla de la poesía que siente como verdadera (Jorge Manrique, Fray Luis, San Juan, los clásicos del Siglo de Oro, Bécquer, Machado, Juan Ramón.) con esa admiración y pasión que sólo inspira lo que se ama de verdad, en silencio y en secreto.
Por eso, Julio Asencio no es lo que solemos llamar un mago de la palabra, un prestidigitador de la retórica preciosista. Su visión de la poesía es de naturaleza machadiana, y podríamos definirlo como un poeta sencillo en busca de lo esencial. Para ello se vale, es cierto, de una gran variedad de recursos del oficio, pero lo hace de una manera natural, asimilada sobre todo de esa tradición clásica -en parte ya citada- que nace como digo de que la poesía es la expresión de lo esencial, y escanciada luego con el legítimo temple del ´solitarioö (palabra simbólica con la que Julio alude a veces a su yo poético).
La expresión Un río fugitivo, que da título a este último libro de Julio Asencio, nos remite al tópico latino del tempus fugit: el tiempo huye, vuela, es inaprensible, no puede detenerse ni hacerse retroceder. Desde Virgilio (´Sed fugit interea, fugit irreparabile tempusö), pasando por Jorge Manrique y toda la poesía clásica española hasta nuestros días, es difícil encontrar un poeta que no haya recurrido a esta idea del tiempo que se va, que se pierde, que nos consume irremisiblemente hasta convertirnos en ceniza, en polvo, en nada.
Sin embargo, esa idea del tiempo que huye no puede considerarse en Julio Asencio un simple ´temaö literario, no se trata de un simple recurso cultista, ni tampoco una forma -como se dice tanto últimamente- de dialogar con los clásicos. Es algo más que eso, es la decantación de una obsesión, una forma de conjurar la angustia que siente ante la fugacidad de la vida, y, muerto Dios, un intento sincero de darle sentido a la existencia a través de la palabra poética.
Así, a lo largo de las cuatro partes que estructuran Un río fugitivo encontraremos alusiones, referencias, reflexiones e ideas sobre el paso del tiempo y la fugacidad de la vida incontestables desde el punto de vista empírico, pero lo que lo distingue, lo que hace de él un libro especial y diferente está más bien en la creación y desarrollo de un tiempo subjetivo. Un tiempo determinado por la idea de que la vida es un viaje que todo ser humano debe transitar en soledad, y su destino inevitable es la muerte.
Esta verdad a la vez sustancial y terrible es el principio básico, el hidrógeno y el oxígeno que forman las aguas de este río simbólico de naturaleza inmanente, porque está en el interior del poeta y de la carne mortal que lo sustenta. Y a pesar de todo, como el río de Siddharta, Un río fugitivo está lleno de matices y brillos que hacen de cada uno de los tramos que lo configuran un lugar hermoso, diferente y único.
Así, aunque la vida es pérdida, las aguas del río son las mismas en su nacimiento que en su desembocadura. Y, gracias a la palabra poética, cuando Julio siente el peso gris y sombrío del espeso presente, puede remontar la corriente hasta alcanzar las alegres torrenteras y cascadas de la infancia o los voluptuosos rápidos de la juventud. Y si la realidad decadente oprime el alma del poeta, también puede detenerse en las profundas y serenas aguas de su curso medio para refugiarse en los cuarteles de invierno, donde la corriente es un espejo que fluye contra el cielo y la belleza es un antídoto para el dolor que se oculta en los instantes de penumbra.
Gracias, Julio, por permitirnos navegar y ahondar en estas aguas transparentes, esenciales y únicas de tu poesía