LEVY, BERNARD-HENRI
´El siglo de Sartreö, de Bernard Henri-Lévy*, es una reinterpretación del filósofo más popular del siglo XX, uno de los más influyentes, y sin duda, el más vilipendiado. Lévy enumera insultos concitados por Sartre en los que resuenan la vanidad herida, el odio feroz, el desprecio irrevocable: Céline lo llama ´el piante eseö y ´teniaö; Claudel, ´novelista demoníacoö; Horkheimer, ´truhánö y ´chantajistaö; Lévi-Strauss, ´ser inmundoö y ´puercoö; Althusser, ´psicótico felízö e ´impostorö. Sartre despierta los peores sentimientos por razones variadas: es una celebridad mundial equívoca, expone a sus pares al desdeñar laureles prestigiosos (en 1964 rechaza el premio Nobel de literatura) y menosprecia la democracia.
La proteica obra de Sartre, pero en particular sus novelas y sus obras teatrales, propagan por todo el mundo el existencialismo, que pocos entienden a cabalidad pero simbolizan ciertas actitudes, atmósferas, gestos y atuendos. Son existencialistas la rebeldía y el desencanto, la libertad y el compromiso, el desprecio de las costumbres y el rechazo al poder. Sartre es ´el intelectual totalö, el arduo filósofo de ´El ser ya la nadaö, el inspirado novelista de la ´La náuseaö, el autobiógrafo genial de ´Las palabrasö, el dramaturgo incisivo de ´La puerta cerradaö, el crítico literario de ´El idiota de la familiaö, el polémico director de la revista Les Temps Modernes, entre otras muchas obras, y por encima de todo, el intelectual que interviene en todos los debates, un juicio imprescindible entre los años cuarenta y sesenta. No es, como piensa Lévy, ´el único -y a veces el mejor- en todos los géneros disponibles en su tiempoö, pues es superado por Merleau-Ponty en la filosofía y por Camus en la literatura; pero es la más poderosa caja de resonancia de las ideas intelectuales dominantes en la segunda posguerra -la soledad del individuo, la indiferencia de la naturaleza y de las cosas, la reducción del otro a objeto, el compromiso del escritor con las palabras-, ideas que encarna y difunde con talento por todos los medios, en todos los géneros.
Lévy dedica 560 páginas gobernadas por un estilo periodístico, reiterativo, persuasivo, coloquial, para demostrar que hubo dos Sartre y que el segundo traicionó al primero. El primer Sartre cree que la existencia es anterior a la esencia, y defiende el programa fenomenológico según el cual es imperativo volver a las cosas mismas, ´a su sorda, pesada, embriagadora materialidadö. Las cosas no emanan de la conciencia, la interrogan y desafían. No existe ´un supersujeto capaz de unificar, englobar, reunir las subjetivaciones dispersasö. La continuidad entre las subjetivaciones que brillan y se apagan en la conciencia puede llamarse carácter o temperamento, pero seguirá siendo una convención, una hipótesis. ´A cada cual le corresponde una infinidad de conciencias y subjetividades, que la conveniencia de la vida convierte, a veces, en sujeto.ö A Sartre le interesa lo que excede al individuo, y en esa medida, lo que implica el mundo. Por eso los personajes de sus novelas carecen de interioridad, se construyen con actos.
Lévy despeja la noción de compromiso del primer Sartre, muy distante de la zhdanoviana proclamada por los comisarios literarios de todo el mundo. Escribir es usar palabras, alterarlas, producir sentido, ejercer un poder. El compromiso consiste en saber lo que se hace al escribir. Escritor sin casa, sin familia, sin compromisos personales, Sartre no se interesa por el destino de sus obras, y tampoco por concluirlas. Cree que existe un desacuerdo irreductible entre el hombre y el mundo, considera la vida como algo que debe gastarse, por eso tiene prisa, va de un tema a otro, de un género a otro, ávido de pensar, de elegir, de dejar huella y continuar. ´Libros sin acabar porque el autor está sin acabar [...] La fragmentación del sistema como efecto, o lapsus, de la fragmentación del sujeto que supuestamente es su autor.ö Desprecia a los mandarines literarios, y por tanto no ingresa al Colegio de Francia, rechaza el premio literario más codiciado y jamás coquetea con los poderosos. Sartre ocupa el centro del campo literario sin ceder a sus liturgias, sin prosternarse ante las glorias literarias. Le importa comprender, no consagrar. Aunque no podrían admitirlo, son estas actitudes las que concitan el odio de muchos escritores bien dispuestos a la consagración literaria, a la vida de salón, a compartir la sal con los poderosos, y hoy, a investirse como figuras mediáticas.
Pero el Sartre anti-humanista y radical se transforma en el compañero de viaje del Partido Comunista, el defensor de la URSS que niega la existencia del gulag, el autor que prohibe la representración de Las manos sucias, una obra políticamente ambigua, incorrecta, para no dar armas al enemigo. En adelante su odio a la vida burguesa y regulada devendrá en defensa de ´los judíos, los negros, los proletarios, los colonizados, los condenados de la tierra, los locos, luego los pederastas, en suma, el reverso de la sociedad, la cara oscura de la humanidad.ö A fines de los sesentas y principios de los setentas abraza el maoísmo y defiende la sangrienta revolución cultural china. Sus últimos años, descritos por su compañera Simone de Beauvoir en una crónica estremecedora, ´La ceremonia del adiósö, son penosos. Sastre ha sufrido dos descomposiciones paralelas: la de su cuerpo y la de su pensamiento.