ANÓNIMO,
En Habla, memoria Vladimir Nabokov
escribeá: «Nuestra inocencia me parece ahora ya casi monstruosa a la luz
de las distintas confesiones que provienen del mismo período que cita Havelock
Ellis, en el que niños de todos los sexos imaginables se entregan a todos los
pecados greco-romanos, desde los centros industriales anglosajones hasta
Ucrania (de donde nos llega, por cierto, un Diario particularmente lascivo de un terrateniente)». Este «Diario»,
que hizo germinar en la mete de Nabokov al personaje de Lolita, no es otro que Confesión
sexual de un anónimo ruso. Por eso no pudo ocultar la admiración que este
libro suscitó en élá: «Las aventuras amorosas del ruso me entusiasmaron.
Son maravillosamente divertidas. Siendo adolescente debió de tener la suerte extraordinaria
de encontrarse con niñas de reacciones excepcionalmente rápidas y generosas».
á
Fue el psicólogo
y sexólogo británico Henry Havelock
Ellis (1859-1939) quien recibió esta «obra
maestra del erotismo» (Edmund Wilson), escrita en francés en 1912, y,
debido a su interés testimonial, la incluyó en el sexto tomo de la edición
francesa de sus Estudios de psicología
sexual en 1926. Gracias a ello sabemos hoy que su autor anónimo procedía
efectivamente de Ucrania, pero había emigrado a Italia para estudiar ingeniería
y más tarde había fijado allí su residencia.
á
Así empieza el
manuscrito dirigido a Ellisá: «Al saber, por sus obras, que usted cree de
provecho para la ciencia el conocimiento de ciertos rasgos biográficos
referentes al desarrollo del instinto en algunos individuos, normales o
anormales, se me ocurrió hacerle llegar el relato de mi propia vida sexual. Mi
relato tal vez no sea muy interesante desde el punto de vista científico, pero sí tiene el mérito de ser de una exactitud
y una veracidad absolutasá; es además muy completo».
Y, en efecto,
el anónimo ucraniano visiblemente se deleita en rebuscar en su memoria «los más
ínfimos recuerdos» y, si con el tiempo estas confesiones siguen despertando
gran interés, es, entre otras razones, por una parte, porque resulta
apasionante seguir, gracias al relato insólitamente minucioso, veraz y lúcido
que hace este hombre de su tendencia voyeurista
y de sus aventuras sexuales con jovencitas, el lento desarrollo de esta
invencible atracción peculiará; y, por otra, porque nos descubren a una
insospechada Rusia de principios de siglo, en la que reina la más absoluta
libertad de costumbres sexuales, una tolerancia incomparablemente más
espontánea y extendida que el resto de Europa.