PAZ PASAMAR, PILAR
La poesía de Pilar Paz Pasamar (Jerez de la Fra., 1933), fruto delicado de la estirpe de Bécquer y Juan Ramón Jiménez, surge al filo de un estado de gracia que permite a la poeta 'descubrir' o 'redescubrir' el mundo retrotrayéndola al asombro primordial y al sentimiento sagrado de religación con el todo.
Todos sus libros contienen una crónica de su historia de amor con la poesía. En un principio, la revelación poética es un inesperado don lleno de misterio y sensualidad: así en Mara (1951), Los buenos días (1954), Ablativo amor (1956) y Del abreviado mar (1957), los libros juveniles de Madrid. Al paso de los años, la poeta aprende a entregarse a 'una espera, a la activa inmovilidad, a la humilde pasividad, a la paciencia'. Entra entonces en el 'tempo' de la madurez, que va a coincidir con el regreso a la tierra natal: son los libros de Cádiz. La transformación comienza en La soledad contigo (1960) y tiene una primera cima en Violencia inmóvil (1967), poesía como forma de conocimiento que gira en torno a la reflexión sobre el ser humano, el tiempo, la historia y la crisis de confianza en la palabra poética. Tras un silencio largo, viene La torre de Babel (1982), crónica de crisis tanto espiritual como estética que se cierra con una recuperación de la luz y la palabra salvadora.
A partir de los años 90, la obra pilarpaciana va a adquirir su plena madurez. Textos lapidarios (1990), que se abre con un espléndido relato -'La dama de Cádiz'-, se puede entender como la aportación de la autora al 'mester andalusí', en una línea que busca en la historia y en la memoria personal. Philomena (1994) es un canto jubiloso a la palabra como alma en oración. Sophía (2003) es la sabiduría que da el dolor, la fuerza vital que queda después de atravesar la experiencia de la muerte. Los niños interiores (2008) aúna la reivindicación de una infancia inmarcesible para culminar en la asunción gozosa y vitalista de un tiempo que, sin futuro y enfrentado a la eternidad, se complace en desplegarse como un colmado presente, un dulce oro viejo.
La poesía de Pilar Paz Pasamar (Jerez de la Fra., 1933), fruto delicado de la estirpe de Bécquer y Juan Ramón Jiménez, surge al filo de un estado de gracia que permite a la poeta 'descubrir' o 'redescubrir' el mundo retrotrayéndola al asombro primordial y al sentimiento sagrado de religación con el todo.
Todos sus libros contienen una crónica de su historia de amor con la poesía. En un principio, la revelación poética es un inesperado don lleno de misterio y sensualidad: así en Mara (1951), Los buenos días (1954), Ablativo amor (1956) y Del abreviado mar (1957), los libros juveniles de Madrid. Al paso de los años, la poeta aprende a entregarse a 'una espera, a la activa inmovilidad, a la humilde pasividad, a la paciencia'. Entra entonces en el 'tempo' de la madurez, que va a coincidir con el regreso a la tierra natal: son los libros de Cádiz. La transformación comienza en La soledad contigo (1960) y tiene una primera cima en Violencia inmóvil (1967), poesía como forma de conocimiento que gira en torno a la reflexión sobre el ser humano, el tiempo, la historia y la crisis de confianza en la palabra poética. Tras un silencio largo, viene La torre de Babel (1982), crónica de crisis tanto espiritual como estética que se cierra con una recuperación de la luz y la palabra salvadora.
A partir de los años 90, la obra pilarpaciana va a adquirir su plena madurez. Textos lapidarios (1990), que se abre con un espléndido relato -'La dama de Cádiz'-, se puede entender como la aportación de la autora al 'mester andalusí', en una línea que busca en la historia y en la memoria personal. Philomena (1994) es un canto jubiloso a la palabra como alma en oración. Sophía (2003) es la sabiduría que da el dolor, la fuerza vital que queda después de atravesar la experiencia de la muerte. Los niños interiores (2008) aúna la reivindicación de una infancia inmarcesible para culminar en la asunción gozosa y vitalista de un tiempo que, sin futuro y enfrentado a la eternidad, se complace en desplegarse como un colmado presente, un dulce oro viejo.