TRAPIELLO, ANDRÉS
En las viejas casas había siempre un Salón Chino, un Salón Pompeyano, un Salón de Baile, otro de Retratos, cada uno empapelado o pintado de un color, con unos muebles apropiados y decoración idónea... En estos palacios españoles, un tanto vetustos y destartalados, había también un salón que llamaban de Pasos Perdidos. La casa que no lo tenía no era una buena casa. Era el salón donde nadie se detenía, pero por donde se pasaba siempre que se quería ir a alguno de los otros. Al autor le gustaría que estos libros llevaran el título general de Salón de pasos perdidos. Libros en los que sería absurdo quedarse, pero sin los cuales no podríamos llegar a esos otros lugares donde nos espera el espejismo de que hemos encontrado algo. A ese espejismo lo llamamos novela, y a ese algo lo llamamos vida.
Nada mejor que un diccionario de 1611, el de Cobarruvias, para saber qué significa esta palabra: ?Moderno. Lo que nuevamente es hecho en respeto de lo antiguo; del advervio modo, cuando significa agora. Autor moderno, el que ha pocos años que escrivió, y por eso no tiene tanta autoridad como los antiguos?. No resulta fácil explicar a nadie ni explicarnos cómo hemos venido a parar a lo de hoy, cuando parece que la única autoridad sobre las cosas, viejas o nuevas, antiguas o recientes, la tiene el último que ha llegado. A diferencia de los moralistas, a quienes sin duda preocupa e inquieta tal subversión de valores, el autor de este libro se limita a hacer nuevamente lo que ya se ha hecho, y a hacerlo, si es posible y si le dejan, nuevo, mirando con respeto lo antiguo. Lo antiguo suyo o de otros, cada día más nuevo y más moderno. ?Lo nuevo es para mí lo viejo?, decía Cervantes repensado por Azorín, y sólo en la medida que refleja y asume su pasado, el tiempo es tiempo y lo nuevo, nuevo; que no hay nada nuevo que no salga de lo viejo.
Hasta hace dos o tres años, y desde hace más de cien, figuraba sobre la puerta de la casa donde se ha escrito la mayor parte de este libro, el número correspondiente en su vieja placa de porcelana; ?7 moderno? se leía en ella, y aunque no fuese casa muy visitada de extraños, esa placa era decorativa y útil, pues les recordaba a quienes viven allí que, contra lo que algunas veces ha tenido que oír su modoso ir tirando, eran modernos, los más modernos, sin duda posible, de la calle Conde de Xiquena. Pero un buen día llegaron unos rateros desaprensivos, acaso los mismos que ya habían robado el farol del lóbrego portal y, pese a lo inaccesible del rótulo, lo arrancaron también y se lo llevaron. Quedó el hueco y desde entonces no ha sido sustituido el viejo 7 por otro más moderno aún, para desconcierto de carteros, peatones y comisionistas. En cuanto a los raros amigos e inadvertidos que de tarde en tarde quieren visitar al autor, acaban encontrando la casa por casualidad o aproximación, como solemos hallar las cosas que nos importan de veras. No obstante se acostumbra uno a todo con harta facilidad, y haber perdido el número cuando se quiere perder el nombre y llegar a ser Nadie, lo toma el autor como un hecho extraordinario, feliz, premonitorio.