?Caminando o sentado, enganchado casi siempre al anzuelo de lo que provoca la digresi¢n, fui tirando de las cerezas de mi biblioteca ambulante, porque uno es, en buena medida, la memoria de lo que ha le¡do. Por eso me identifiqu' tanto con Italo Calvino cuando le¡ en su Ermitaño en Par¡s que esta es ?una ciudad para la madurez [?], una gigantesca obra de consulta, una ciudad que se consulta como una enciclopedia; se abre una p gina y te da toda una serie de informaciones de una riqueza como ninguna otra ciudad?. Con esa convicci¢n en la cabeza andante los libros, recientes o añosos, iban saliendo a mi encuentro, convocados por detalles urbanos, frases, gestos, rostros, por todo aquello que, en el consciente y en el inconsciente de un letraherido, consigue acomodarle y arroparle de nuevo entre las p ginas de un libro. Al paseante de Par¡s se le ocurri¢, mientras escuchaba las piedras de sus calles y monumentos, mientras observaba caras de hoy y de ayer, parado ante rincones evocadores, hacer un pequeño inventario de algunos libros le¡dos y meditados. Quiz , sencillamente, porque en ese instante de aquel 23 de