DICKINSON, EMILY
LA SOLEDAD SONORA
Emily Dickinson
Selección, prólogo y versión de
Lorenzo Oliván
Nada menos que 1775. ?se es el número de poemas que nos dejó Emily Dickinson (1830-1886), de los que sólo vio publicados ocho. Pasó toda su vida en Amherst, Nueva Inglaterra, en el hogar de sus padres, apenas hizo cuatro o cinco viajes fugaces a ciudades cercanas como Washington, Boston o Filadelfia, y sus amores casi cuesta llamarlos así.
En un hermoso poema justificaba su existencia en soledad: ´Un alma con un Huésped / raro es que marche fuera, / pues la divina multitud en casa / anula tal deseo´. Así que sin necesidad de traspasar siquiera el umbral de su mente, recorrió las mús extrañas latitudes, dialogó con seres de sombra y luz, y volvió ilimitado lo real al convertir las cosas mús sencillas y cotidianas en símbolos inagotables.
Walt Whitman, el otro gran coloso de la poesía norteamericana del XIX, con su lengua arrolladora, que era capaz de extraerle las mejores notas al registro coloquial, dio voz al espíritu de libertad y progreso de toda una época. Emily Dickinson, en su silencioso retiro, con un lenguaje tan reconcentrado como intenso, se dedicó a asediar la fortaleza inexpugnable del enigma.
Su grandeza está en haberle sabido dar un rostro al misterio que ella veía en la naturaleza y en su propia alma, en haber practicado una poesía metafísica que no se pierde en abstrusas entelequias, sino que resulta cercana, sensorial, llena de fulgurantes intuiciones. Quizás por eso, de la lectura de sus poemas se sale como de una ardiente bruma, de una inquietante niebla que, a un mismo tiempo, oculta y revela lo que nombra.