SOR VIRTUDES
Cuando Sor Virtudes nació, la partera le comunicó a su madre que la recién nacida tenía ´carita de monja y la cabecita redonda como para ponerle una toca´. Después de la cuarentena sus padres, que eran jipis de los antiguos, se fueron a la India a buscar a sus yos y dejaron a la niña al cuidado de siete tías carnales costureras adictas al jabón Spring Glory y a los Pocitos de Crema y de una abuela que cocinaba a voces desde una mecedora estratégicamente situada para dominar toda la calle desde el balcón. Así que Virturcitas aprendión a guisar de oídas todas las recetas tradicionales y alguna que otra inventada por la abuela cotilla.
Ingresó en el convento con apenas quince años recién cumplidos sin haber conocido varón y con la inocencia propia de los espíritus puros. No tenía más aficiones que las novelas de viajes, los caramelos de violeta y los programas radiofónicos de cocina, de los que era fiel seguidora.
Por sus cualidades y prudencia se convirtió muy pronto en la cocinera del Obispo y en la supervisora de los menús para seminaristas; de este periodo de su vida procede este cuaderno.
Actualmente se encuentra en paradero desconocido, tras pedir un año sabático para arreglarse los chakras, después de haber vivido, según ella, una experiencia de iluminación mística.